El espectáculo de horror rati |
Co-director: Pablo Tesoriere
Guion: Enrique Piñeyro
Montaje: Germán Cantore
Elenco: Enrique Piñeyro, Germán Cantore, Agustín Negrussi, Andrés Bagg.
El documental del realizador
argentino Enrique Piñeyro retrata, a modo de denuncia, la historia, trágica por
cierto, de Fernando Ariel Carrera, quien fue condenado injusta e
intencionadamente a 30 años de prisión, mediante una causa y una investigación
fraguada, plagada de contradicciones, manipulación de testigos, excesos
policiales y judiciales. La denominada “masacre de Pompeya” del año 2005 tuvo
como desafortunado protagonista a Carrera quien, luego de recibir dos impactos
de bala y quedar inconsciente manejando su automóvil particular, atropelló a cinco
personas (de las cuales fallecieron tres) y colisionó contra otro vehículo,
recibiendo -a posteriori- otros seis balazos por parte de policías de civil,
que en total gatillaron 18 veces. El caso se caratuló originalmente como “robo
con armas reiterado, homicidio agravado reiterado (tres hechos), lesiones
agravadas, resistencia a la autoridad, daños y encubrimiento”. ¿Cuál fue el
crimen del acusado? Haber tenido un auto similar al que unos policías
perseguían luego de recibir una denuncia de robo armado y escape. En efecto,
Carrera se encontraba en su Peugeot 205 blanco en un semáforo del Barrio de
Pompeya cuando percibió que, desde otro auto, comenzaron a dispararle. Ante la
desesperación, aceleró tomando el carril a contramano de una avenida quedando
inconsciente por un disparo en su mandíbula, y ocasionando los exabruptos del
accidente.
A
lo largo del relato de este “thriller real”, dinámico, irónico, reflexivo,
sagaz, Piñeyro va develando un sinfín de contradicciones resultantes de un caso
complejo y confuso, a través de toda una parafernalia tecnológica que derivan
en un producto de excelente calidad. El director despliega todo su arsenal
retórico, su propia investigación detallada y exhaustiva para mostrar las
mentiras de jueces y fiscales, declaraciones contradictorias de los testigos,
pruebas plantadas, un abogado defensor comprometido con intereses ajenos al
imputado, la poca claridad de las circunstancias del tiroteo, la indiferencia
de los jueces ante testimonios que podrían haber arrojado luz sobre el asunto.
Y, lo que es peor aún, la patética cobertura del hecho por parte de los medios
de comunicación, proyectando una manipulación despiadada de la opinión pública.
Es que, en efecto, los medios pusieron detallado énfasis en mostrar cómo los
testigos del accidente pretendían linchar a Carrera y cómo la burbuja de la
definición del incidente fue creciendo hasta lugares insospechados. De hecho,
es caricaturesca la “información” que cada canal de televisión iba dando del
asunto: para algunos eran cuatro delincuentes, para otros tres, para otros los
cómplices se escaparon; en todos los casos se dieron informaciones erróneas de
cuál fue el móvil del hecho. Lo importante fue, mejor dicho es, en televisión,
dar una respuesta inmediata, urgente, aún sin mediar reflexión ni investigación
seria, aún sin chequear verazmente los datos. Pero, además, la criminología
mediática se encargó de despertar los mayores prejuicios y potenciar los más
terribles resabios de odio y repugnancia por el otro, en este caso la víctima
de un poder punitivo corrupto, corporativo e inhumano. ¿De qué manera?
Reproduciendo un discurso de seguridad social, higienista, que remarca la
necesidad de pulverizar y expulsar la mierda (es decir el otro, el diferente)
de la sociedad. Dice Zaffaroni: “lo que la criminología mediática oculta
cuidadosamente al público es el efecto potenciador del control y reductor de
nuestra libertad. Al crear la necesidad de protegernos de ellos justifica todos los controles estatales -primitivos y
sofisticados- para proveer seguridad”.[1] Lo
que los impávidos espectadores de este circo mediático no se dan -no nos damos-
cuenta, es que, en realidad, el poder punitivo busca el control de todos, es
decir tanto de ellos como de nosotros. Pues así y sólo así, la
vigilancia y el control se harán efectivos. Y los medios se ponen a su
servicio.